Juan Torres perdió a su hijo soldado en Afganistán. Creía que lo había matado la mafia de la heroína. Luego, descubrió que había sido una medicina que le dio el propio Ejército. Logró que prohibieran la droga en todo el mundo.
Juan Torres se inclina sobre la corona de flores resecas, toca la bandera de las tiras y las estrellas y dice algo. “Le hablo a mi hijo, le hablo “al cabezón”. Le digo que esté bien. Que yo estoy bien. Que su madre y su hermana también lo están. Y que voy a seguir la lucha por él”, dice Juan mirando de reojo la larguísima lista de muchachos de Chicago muertos en las últimas guerras, desde Vietnam hasta Afganistán, grabadas en la piedra del monumento levantado en pleno centro de la ciudad del viento. “Fiiiijate”, me remarca con su inconfundible acento cordobés, “son todos apellidos hispanos. Los hispanos somos la carne de cañón”. Y se inclina nuevamente sobre la pequeña corona de flores secas y vuelve a murmurar. “Le dije a mi hijo que no se preocupe. Que voy a seguir luchando para que no haya más chicos hispanos que tengan que ir a la guerra para poder progresar. Le dije que no van a ir más engañados como él. Le dije que él no murió para nada”, me cuenta este argentino cuando ya salimos del lugar y caminamos por la avenida Wabash mientras el viento de la primavera nos barre como si fuéramos hojas.
Juan logró vencer al Pentágono y a una de las empresas farmacéuticas internacionales más poderosas del mundo. Ya no podrán suministrar a los soldados, ni a nadie, las pastillas contra la malaria que terminaron matando a su hijo Juan/John cuando cumplía con su servicio como soldado en el Ejército estadounidense en Afganistán. Está esperando que termine el juicio que les inició para cobrar la compensación con la que armará una fundación dedicada a ayudar a los soldados que regresan con afecciones psicológicas tras la guerra y a que el Ejército no los use como “conejito de Indias” suministrándoles medicinas que no están probadas fehacientemente. Pero por sobre todo, para poder seguir con su campaña de alertar a los chicos de las escuelas de los barrios pobres hispanos que no se dejen engañar por los reclutadores de las fuerzas armadas. “Ahí está el nudo de todo. Se llevan a los chicos cuando aún son menores de edad. Les prometen que van a ser héroes de películas, que les van a pagar la universidad, que van a viajar. Y es todo mentira. ¡Si a mí me quisieron cobrar hasta el préstamo que le habían dado a mi hijo para que estudiara! Pero ya había terminado su carrera hacía mucho y ni sé qué pasó con el dinero. Pero igual me lo querían cobrar. ¡Es todo una gran mentira!”, sigue contando Juan mientras nos subimos a su camioneta marrón y se dispone a manejar hacia su casa de Schillerr Park, a una media hora del centro de Chicago.
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El último día que Juan/John estuvo vivo salió de la base de Bagram, a 70 kilómetros de Kabul, y fue directamente a una de las tantas tiendas que armaron los afganos para vender a los soldados americanos. Compró dos películas en DVD grabadas ilegalmente y se cruzó con algunos compañeros de la base que iban a comprar otra cosa. En esas tiendas se puede conseguir heroína de la mejor calidad. Afganistán es el principal productor de amapolas del mundo, la planta de donde se extrae el opio que luego es refinado y convertido en heroína. “Mi hijo estaba muy preocupado por todo eso que pasaba en Bagram. Me lo contó cuando vino a casa. Y yo le pedí que no se metiera, le dije que era muy peligroso”, cuenta Juan, el padre.
Juan/John era contador y se encargaba de organizar los movimientos de pertrechos y alimentos de la base. Generalmente trabajaba de noche pero ese 11 de julio de 2004 le habían cambiado la guardia por un trabajo especial que debía hacer a la mañana siguiente. De todos modos no pudo dormir. Tenía dolores muy fuertes en el pecho y el estómago. Sus compañeros dicen que primero jugo un partido de fútbol virtual en un videogame con un compañero mexicano. Se enfrentaron las selecciones de Argentina y México. Ganó la que lidera Messi. Hizo planes con su amigo para festejarle el cumpleaños a la noche siguiente. Después se puso a ver la película “21 Gramos” del director mexicano González Iñárritu. En algún momento entre las 4:15 y las 6:00 de la madrugada un sargento lo vio salir de la barraca con la cabeza gacha, una toalla en el cuello y cargando su rifle M-16. “I have damn Haji guard”, le explicó al sargento que se sorprendió que Juan/John anduviera a esa hora por allí. Supuestamente tenía que registrar la entrada de los trabajadores afganos de la base (los llaman Haji en forma despectiva).
A eso de las siete de la mañana se escuchó un tiro desde la zona de los baños. Encontraron el cuerpo de Juan/John en un charco de sangre. Se había volado la cabeza. Junto al cuerpo encontraron dos fotos suyas con sus padres y su hermana, Verónica, y una nota de suicidio escrita en forma desordenada en un papel que habría encontrado tirado en el baño. “Lo siento mucho. No tuve otra salida. Vengo padeciendo tanto dolor en el último año que ya no lo puedo aguantar más. El dolor en el pecho y el estómago es cada vez más intenso y no hay ningún doctor que me pueda ayudar. Finalmente voy a estar en paz y sin dolores”, dice la carta. Agrega unas líneas para Liz, su novia de Houston, “que siempre la vi como mi esposa y la madre de mis hijos” y le pide a su madre, Susana, que haga lo imposible para que Liz termine la universidad. La carta fue ocultada por el Pentágono por más de un año y medio.
“Estaba convencido de que lo habían matado. Creí que se había metido con la mafia de la heroína, en la que están comprometidos muchos militares, y que lo habían asesinado”, explica Juan mientras tomamos café en el living de su casa. “Primero me dijeron que no abriera el cajón de mi hijo porque tenía la cabeza destrozada. Y no les hice caso. Cuando lo vi, estaba entero. Ahí me puse más paranoico. Y por cuatro meses me dijeron que todo estaba “bajo investigación” pero no me explicaban nada. Fue cuando dije “yo no me puedo quedar con los brazos cruzados”. Y me fui a protestar frente al rancho de Bush en Texas con un cartel que decía “The CID killed my son”. El CID es el Departamento de Investigación Criminal del Ejército. Allí se encontró con Cindy Sheehan “la madre pacifista” y comenzó a participar en protestas contra la guerra por todo el país. Se contactó con los congresistas de Illinois, el senador Richard Durbin y el representante Rahm Emanuel, que hoy es el jefe de gabinete de la Casa Blanca. “Primero creí que me ayudarían pero después comprobé que le estaban pasando toda la información que les daba al Pentágono y finalmente me dijeron que “la investigación por la muerte de su hijo se realizó de manera apropiada”, dice Juan.
Para esa época es que el Ejército le entrega las conclusiones de la investigación y aparece la carta de suicidio. Juan sospechó aún más. Su hijo tenía la fuerza de mil caballos y no iba a matarse por padecer un dolor en el pecho o el estómago. “No me cerraba por ningún lado. Estaba a unos pocos días de dejar el Ejército definitivamente. Ya se le terminaba el contrato que había firmado y tenía planes para viajar con su novia y casarse. Iban a ir a la Argentina. Se querían mucho. No podía creer que se hubiera pegado un tiro”, sigue contando mientras respira fuerte y suspira profundo para no dejar escapar las lágrimas.
En una de las manifestaciones se encontró con el documentalista Shaun McCanna que le propone hacer una investigación independiente y plasmarla en un film. En mayo del 2006 se fueron juntos a buscar evidencias a Afganistán. En la base de Bagram les dieron un tour como si fueran turistas y les dijeron que ya se había modificado el lugar y que los baños habían sido trasladados a otro sector. “Lo único que quería era rezar cerca de donde había estado muerto mi hijo. Y ni eso pude”, lanza bajando el tono de la voz. Pero sí pudieron comprobar que lo del negocio de la heroína que le había contado su hijo era verdad. Un chico les ofreció opio y heroína y un momento después vieron como un oficial salía de la base y compraba un paquete grande de droga que en las calles de Nueva York podría costar decenas de miles de dólares.
Pero regresaron de Afganistán sin respuestas claras. Las primeras evidencias con las que podría comenzar a determinar el porqué de la muerte de Juan/John aparecieron recién seis meses más tarde en un sobre que llegó en forma anónima. Alguien de adentro del Ejército estadounidense había decidido que se supiera la verdad.
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Juan conoció a Susana Ferro cuando eran apenas unos adolescentes en la ciudad de Córdoba. Pronto, a los 16 años, Susana quedó embarazada de Verónica, la primera hija de la pareja que hoy es una arquitecta en Houston, Texas. Juan tenía 20. Había aprendido matricería pero trabajaba como inspector en la municipalidad. Era 1980 y apenas si juntaban dinero para sobrevivir. Fue cuando Susana quedó embarazada nuevamente de Juan/John. Buscaban cómo salir de la situación y unos amigos le ofrecieron venirse a Houston. Cuando el bebé cumplió cuatro meses decidieron emigrar. “Al principio trabajé en restaurantes y busqué hacer cosas en matricería. Pero pronto descubrí que se hacía muy buen dinero sirviendo banquetes en los hoteles. Y ahí conocí a algunos managers que me fueron recomendando. La verdad es que yo les caía bien porque era muy cumplidor con el trabajo y porque jugaba bien al fútbol. Había jugado en las inferiores de Belgrano de Córdoba, mi equipo del corazón, y también en el Peñarol de allá de la provincia. Acá jugué en varios equipos semiprofesionales. Y sabés que mi hijo había heredado la habilidad. Jugaba superbien. Siempre lo buscaban para jugar. Era un petiso muy habilidoso con la pelota”, sigue contando Juan mientras ya estamos nuevamente en la camioneta marrón para hacer un recorrido por la avenida Sheridan que bordea al Lago Michigan y se dirige hacia los barrios más sofisticados de Chicago.
En el 96, Verónica ya estaba por entrar a la universidad y Juan/John lo haría pronto. Juan necesitaba ganar más dinero. Decidió aceptar la oferta para venir a trabajar en un hotel de Chicago en el que le triplicaban el sueldo. Con dolor dejó a Susana y los chicos para trabajar 12 o 14 horas por día y hacer una diferencia. “No tenía vida. Los días de descanso aprovechaba para hacer algún trabajito extra. Y todo eso me terminó de alejar de Susana -aunque seguimos teniendo muy buena relación-pero no de los chicos. Venían a visitarme y se quedaban acá por temporadas. Fue cuando Juan/John cometió el grave error”, dice Juan cuando pasamos por el barrio de mansiones donde vive gente como Michael Jordan u Ophra Winfrey.
Juan/John se había dejado convencer por un reclutador del Ejército que visitó su escuela. Y a pesar de que aún le faltaban tres meses para cumplir los 18 años firmó el contrato para alistarse. Cuando se lo contó al padre ya era tarde. El Ejército no aceptó el argumento de que el contrato era ilegal porque lo había firmado un menor de edad sin el consentimiento de los padres. Y lo peor era la letra chica. Por ahí abajo, al pasar, decía que el contrato por un año podía ser extendido a ocho si la situación del país así lo requería. Juan/John fue a Kosovo y regresó sin mayores problemas. Logró terminar sus estudios y se recibió de contador. Pero cuando se disponía a casarse con Liz lo volvieron a llamar. Esta vez para ir a Afganistán.
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Susana, la madre, envió varios pedidos de información sobre la muerte de su hijo a través del Freedon of Information Act. No le respondieron los dos primeros, pero meses después de presentar el tercero le llegó un sobre con nueve páginas clasificadas del reporte del psiquiatra del Ejército Robert Ensley escrito en junio de 2005. “Ahí es cuando se abre la caja de Pandora”, dice Juan. Ensley dice que Juan/John era un soldado más maduro que el promedio, competente y sociable. Y al final menciona la medicación que estaba tomando: Lariam, o mefloquine hydrochloride, una droga contra la malaria conocida por sus devastadores efectos secundarios.
En los años 80, el instituto Walter Reed de investigaciones del Ejército desarrolló la pastilla y le entregó la licencia al laboratorio suizo Roche. Era una gran solución para el Pentágono. Cada vez que enviaba soldados a una zona tropical tenía que gastar enormes fortunas en tratamientos contra la malaria por los que hay que tomar una píldora cada día. Lariam se suministra una vez a la semana. Pero se trata de una medicina absolutamente peligrosa. Provoca alucinaciones, depresiones profundas e induce al suicidio.
En 1997 ya se formó una primera organización de familiares de personas muertas a causa de esta droga. Y en 2002, una serie de investigaciones de dos reporteros de la agencia UPI probaron que la medicina que se receta a cientos de miles de soldados, trabajadores sociales y turistas “puede provocar cinco veces más problemas mentales que lleven al suicidio que cualquier otro tratamiento para prevenir la malaria como el antibiótico doxycline, por ejemplo”. El propio instituto Walter Reed publicó en un informe del 2004 que “al menos el 25% de los que toman mefloquine como dosis profiláctica experimentan efectos neurológicos y psiquiátricas negativos”. La senadora demócrata por California Dianne Feinstein logró armar un comité de investigación sobre la droga en el Congreso, pero no se llegó a ninguna conclusión concreta. El entonces encargado general de salud del Ejército, James Peake, dijo al comité que “no encontramos evidencias entre el uso de Lariam y el suicidio de soldados. Sólo 4 de los 24 soldados que se suicidaron este año en Irak pertenecían a unidades a las que se les suministró esa droga”. Unos meses más tarde y como consecuencia de un pedido de informes de los Torres, el Ejército admitió que los suicidios a causa de la píldora no habían sido 4 sino 11.
El informe más contundente apareció en el Malaria Journal en marzo de 2008 firmado por el prestigioso infectólogo Remington Nevin. Dice que cerca del 10% de los 11.725 soldados desplegados en Afganistán que tomaron Lariam tuvieron graves efectos neurológicos. Y ahí se habla por primera vez de que esos efectos se potencian con el uso de algunas otras medicinas en forma paralela.
“Juan/John era muy sistemático. Si su superior le decía que debía tomarse una píldora él lo hacía en forma correcta sin escapar a ninguna dosis. Sus amigos me lo dijeron. Ellos no tomaban la pastilla porque les daba dolores pero mi hijo confiaba ciegamente en los médicos. Fue cuando empezó a tener graves dolores de estómago y en el pecho”, explica Juan.
El año pasado Juan y Susana decidieron contratar al abogado Louis Font, un ex oficial del Ejercito estadounidense que pidió la baja desilusionado por la guerra y que se encarga de defender a los objetores de conciencia. Font consiguió que le remitieran todo el expediente médico y de servicio de Juan/John. Y allí encontraron la clave. A causa de los dolores estomacales, un médico del Ejército le dio unas pastillas para calmar la acidez. Fue lo que agravó las consecuencias del Lariam. Las dos drogas juntas son fatales. Provocan inflamaciones en el pecho, alucinaciones y tendencias suicidas. Son efectos que aparecen de golpe y provocan dolores extremos en la persona. Finalmente, un juez federal aceptó el caso remarcando que por ley no se puede hacer juicio al Ejército pero sí al laboratorio Roche que elabora la droga. Fue cuando el Pentágono anunció oficialmente que ya no suministraría Lariam a sus soldados “por tratarse de una droga con efectos secundarios peligrosos”. Roche retiró hace tres meses Lariam del mercado. La prensa estadounidense habla del cordobés Juan Torres como “el padre coraje” que logró vencer al Pentágono. La semana pasada se estrenó en Chicago el documental “Drugs and Death at Bagram” de Shaun McCanna que describe el camino recorrido por este argentino.
“Y ya estoy más tranquilo. Creo que para fin de año ya tendremos el juicio resuelto y me voy a poner a trabajar con la fundación que voy a crear en nombre de mi hijo. Yo no estoy contra el Ejército estadounidense pero no quiero que les sigan mintiendo a los chicos hispanos ni a sus padres. Como siempre digo, Juan/John me dejó un mandato. No puede haber más chicos que sean tratados como animales de guerra”, comenta Juan y besa el anillo de su hijo que lleva desde hace seis años en su mano derecha. Después mira la foto de ese chico de ojos brillantes, respira rápido y suspira profundo.
Fuente : http://www.clarin.com/zona/argentino-vencio-Pentagono_0_279572193.html
y vamos por másssss